'Eso queda por aquí, la segunda a la izquierda'. Y parecía cerca, sí. Pero nunca hay que subestimar la capacidad de una ciudad para perderte, para esconder cruces y esquinas, haciendo inútil la gentil indicación de un paisano.

Entonces, como quien no quiere la cosa, no te parece tan malo haberte perdido. Descubres que hay una calle que se llama Bustamante, que está cerca de la plaza Amanecer en Méndez Álvaro y es perpendicular a la calle Vara del Rey. Te sorprendió tanto como a mí. ¿Cómo se le ocurre a alguien llamarle a una plaza 'amanecer'? Debe ser divertido decidir el nombre de las calles de una ciudad tan grande como Madrid. Al final tu sentido común (y un amable taxista que también dudó) nos acercaron al Águila.

'En sí misma ya había dejado de verla como una sala de exposición. Igual que en verano los cines no son cines, sino refugios refrigerados donde ponen pelis para pasar el tiempo. Sólo a mitad de lectura del texto receptivo empecé a deshinchar el cerebro: Rodtchenko se dejaba velar el cráneo privilegiado y los ojos de su mujer nos recibían y conducían a más ojos femeninos que eran oráculos intemporales, Rusia podría ser Galicia, 1924 como 1984 ó 2026. Quizá era porque más que mujeres eran artistas, que no es lo mismo retratar un alma eterna que un rostro caduco. No es lo mismo. Pero sin quitar méritos a las composiciones diagonales, a los temas soviéticos, a las texturas rocosas, por ejemplo, que logró el obturador de Rodtchenko. La paradoja es que el centro expositor (El Águila) quizá nadie había entendido nada: fotos no, con mal gesto. ¿Cómo que fotos no? ¿En diagonal tampoco?'.


El Águila (en diagonal)
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Al tipo le costó digerirlo. Y mira que debe estar acostumbrado a peticiones extrañas, pero con lo del zumo de manzana y pomelo lo dejaste KO. Hay que reconocer que quedaba como un poco raro. La calle Argumosa se preparaba las fiestas de Lavapiés. Bocadillos de gallinejas, súper tostas de pan campesino y muchas, muchas barras de cerveza en la calle. Te recordó a una fiesta de pueblo, y es que los barrios son como pueblos separados por fronteras invisibles.

Pero tiene que haber espacio para todo. Y allí, entre la gente que montaba sus casetas y los primeros olores a fritanga, éramos como dos lords ingleses tomando nuestro té en medio del botellón. Tú con tu manzana con pomelo (triunfaste sobre el escepticismo del camarero) y yo con mi modesto zumito de melón. Se estaba tan bien...

'¿Y esto qué es? Tampoco es que haya que venir con intenciones a La Casa Encendida, vaya, tú vas ya dispuesto a encontrarte cosas. Entonces… ¿Qué había dicho aquella mujer? La música que emergía de los altavoces incorporados a esa especie de sillones con cubierta… y la electricidad estática… tu cuerpo, nuestro cuerpo, el de todos, vaya… pues… bueno, que se estaba fenomenal. Estos modernos qué cosas tienen. Y aunque a la exposición de cartelería le costaba salirse un poco del tono pueril y demagógico (es que el tema en sí (Educación para todos) tienen márgenes estrechos), completar la visita saliendo luego a la terraza, aunque subas por las escaleras, es un premio. A esta sombra me vendré yo, en mi agosto a solas, a leer alguna tarde, ¿y tú? ¿Te vienes? Luego te invito a una caña en la Mancha, venga.'