Como buena ciudad centroeuropea (y prácticamente plana), Munich está llena de ciclistas. El carril bici es tan ancho como la acera en muchas de las calles e incluso se ve a bastante gente (y de todas las edades) en patinete. La verdad es que moverse por la ciudad es bastante agradable: pensado, como decía, para usar la bici; bonita para el que prefiera moverse a pie; con un punto de romanticismo para el que escoja el tranvía y eficaz para los usuarios de metro y cercanías (el tren funciona como una especie de segunda red de metro).

Otra cosa que me gusta de la ciudad, y que también me había gustado en Berlín, es lo acogedores que son los bares y cafés. La iluminación es siempre la justa, la decoración elegante y nunca hay demasiado ruido, ni demasiado humo ni las mesas están demasiado juntas. Todos los sitios en los que he comido o tomado un café resultaban cómodos y apetecía quedarse en ellos.

También me ha llamado la atención su amor por todo lo italiano. Su local más emblemático se llama Café Roma, están (especialmente) locos por la pizza, en todas las cafeterías o tiendas de delicatessen tienen aceites y dulces italianos, adoran sus vinos y casi todos los locales que se precien usan café Illy. Ante tal avalancha de evidencias le pregunté a una compañera italiana de la oficina de Munich (mi viaje es de trabajo) y me dijo que sí, que se decía que Munich era la ciudad Italiana situada más al norte.

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