Enciendo la tele y me sorprende un programa de TV en plan Despierta, San Francisco. Me tomo de desayuno una sopa de arroz y pollo mientras leo un periódico económico en inglés que ha hecho una encuesta entre los CEO de las 15 principales empresas del país para ver qué se les ocurre para salir de la crisis política (ninguna de las propuestas tenía nada de original).

En el Skytrain me fijo en lo mestizos que son los rasgos de la mayoría de los tailandeses, muchas veces cercanos a los hindúes. En la última estación cojo el ferry express que conecta los distintos embarcaderos del río Chao Praya y subo hasta la Zona del Palacio real. Al salir me encuentro con decenas de puestos con cualquier tipo de alimento imaginable desecado.

Una mini-visita a la Universidad de la ciudad y entro en uno de los que se supone grandes atractivos de Bangkok: el binomio formado por el Palacio Real y el templo Wat Phra Kaew. Más interesante éste último, que alberga un famoso buda de jade (aunque lo publicitan como de esmeralda). Me llama la atención la cantidad de militares que están de visita, todos con un maletín de cuero en su mano.

Me vuelvo a subir en el ferry hasta el embarcadero 13 (Phra Arthit). Justo al bajar sigo por la derecha, sin salir del embarcadero, hasta llegar a un pequeño restaurante especializado en sopas Tom Yam (que deben ser servidas en un gran recipiente de piedra, entre un cuenco y un mortero, aunque te las puedes encontrar por ahí hasta dentro de un coco). Otra vez hacia abajo hasta Tha Tien, lugar desde el que llegar al templo What Pho, donde se encuentra el larguísimo Buda reclinado. El resto del recinto está compuesto por otros pequeños templos, varias escuelas para niños y una fantástica escuela de masajes en la que me pasé hora y cuarto siendo torturado por una diminuta muchacha que centraba todo su peso en los dos o tres dedos que me clavaba por todo el cuerpo. Una delicia.

Al salir de allí me equivoco de ferry y cruzo al otro lado del río. Una excusa perfecta para ver el tercer gran templo de las guías turísticas: Wat Arun. Más austero que los otros, su atractivo se centra en una especie de pirámide que se puede escalar (cuidado las personas con vértigo) a riesgo de quedarse sin aire. Las chicas que vayan con falda o tengan un mínimo escote deberán pagar un extra para que les presten algo con lo que cubrirse.

Llega el momento del lujo asiático. Me bajo en barco hasta la parada del Oriental, el mítico hotel frecuentado por Joseph Conrad y que pasa por ser uno de los mejores del mundo. Me cuelo con mis pintas en la terraza que da al río y me tomo un delicioso coctail de mango.

Luego vuelvo a Siam Square (cerquita de mi casa de huéspedes) y me quedo atolondrado con la unión de tres centros comerciales (puedes caminar de uno a otro por una pasarela) de 6-7 pisos, repletos de gente a todas horas, con un gran gimnasio que puedes observar desde un par de cafeterías y con una planta entera dedicada a restaurantes (desde el cutre hasta el lujoso), tiendas de comida, supermercado y zona de fruta fresca. Me puede una tienda de especias en la que pruebo un delicioso helado de hierba limonera.

De vuelta a mi habitación pongo la tele por satélite y veo unos segundos de Marcelino, pan y vino antes de caer redondo.

Hoy no me olvidé de encender el podómetro. En total fueron 21935 pasos

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