Tenía muchos planes para Chinatown, pero mi estómago y mi cansancio dicen 'no'. Además, es todo un placer pasar el día en casa en compañía de Lady M. Doy un mini-paseo por su zona (Ari) y me sorprendo al ver la cantidad de restaurantes japoneses que hay en una pequeña zona comercial cerca del piso. De alguna forma, tanto la posición económica de Tailandia como la querencia de los productos tecnológicos y la preocupación por la moda, colocan a los tailandeses (sobre todo a las tailandesas) como una especie de fans copiones de los japoneses. Incluso el incipiente pop tailandés (muyyyyy azucarado) tiene mucho que ver con el J-pop.

Salimos de casa para comer, en un sitio delicioso de fidéos ramen en Japantown (ya puestos). Vamos a varias tienditas (japonesas y coreanas) de decoración y cosas varias para la casa y descansamos en un pequeño pero muy cuco parque (Benchasiri).

Luego nos encontramos con fuerzas para visitar un nuevo centro comercial temático (Terminal 21), que dedica cada piso a una ciudad distinta (bueno, San Francisco tiene dos pisos de restaurantes). No se trata, como podría parecer, de que en cada piso tengan tiendas del lugar o relacionadas, sino simplemente de decorar cada piso con motivos que recuerden a la ciudad en cuestión. No tenía mucha gracia, la verdad.

De vuelta a casa Lady M. insiste en que ningún viaje a Bangkok está completo (como si el mío estuviese a punto de estarlo) sin un paseo en moto-taxi: un motorista que te lleva de paquete de un barrio a otro, para trayectos un poco largos como para hacerlos a pie pero no tan largos como para que valga la pena pillar un taxi o el metro. Pese a todos mis temores, el conductor es más bien prudente y no acabo en el suelo (que nadie piense que esta gente lleva casco, ni para ellos).

Cierro las maletas y me vuelvo al aeropuerto, donde algún famoso local hace acto de presencia, ya que se empiezan a escuchar grititos histéricos de fan, y me dispongo a hacer un viaje nocturno de trece horas y media en las que duermo prácticamente de un tirón.

Tras recoger el equipaje en Barajas salgo a por el bus y el frío me recuerda que he cambiado de continente y de climatología.

Al rato empieza a ser un poco como si no me hubiese ido nunca, pero sé que en unos días (o meses) empezarán a volver a mi cabeza las imágenes, sonidos y olores de los mercados de comida callejeros, de los templos y del barco sobre el Mekong, y que aunque ahora piense que todo se ha esfumado, algo en mí habrá cambiado para siempre en esos 13 días.

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