Una historia típica, supongo. Un día estás de paseo y entras en el primer sitio con un aspecto decente. Hace un frío de narices y necesitas un café con leche. Según acabas de remover el azúcar te fijas en el suelo de madera, lo calentito que estás y en que los tazones son chulos. Acabas, pagas y abres la puerta para volver al invierno.

Después de unas semanas alguien te pregunta: "Oye, por aquí ¿dónde podemos tomar algo tranquilos?". Y aquel lugar acaba por convertirse en tu café favorito. Sin necesidad de ir todas las semanas, ni de jurarle fidelidad eterna. Sabes que está allí y que te sientes como en casa.

Por eso es tan triste cuando una tarde el instinto te lleva calle arriba y detrás de la puerta el mundo ha cambiado: decoración exótica, lujos innecesarios, otro tipo de gente... hasta parece que han quitado aquella librería dónde se podía hacer BookCrossing. No era necesario, pero das un paso atrás y miras el cartel que cuelga fuera. Efectivamente, en aquel pequeño oasis ahora hay otro negocio.

Unos pasos de desconcierto, otro giro de la cabeza y un resoplido. Te espabilas y propones un nuevo lugar al que ir. Balbuceas alguna palabra: "Es una pena", o algo así.

Más tarde te consuelas diciéndote a ti mismo que hay muchos más cafés, que aquel otro al que habías ido con nosequién no estaba mal. Pero, en el fondo, sabes que has perdido algo, que tendrás que volver a salir de casa en las tardes de invierno hasta que entres en el primer sitio con un aspecto decente a tomar un café con leche.

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