Si dejamos a un lado a Louis Armstrong, conocido por cantar pero genial como compositor, líder de banda e instrumentista, solo ha habido tres grandes cantantes de jazz masculinos de raza negra que trascendieran al papel de vocalista de orquesta. Uno es Jon Hendricks, gigante tanto en solitario como con el trío Lambert, Hendricks and Ross. Otro sería el también pianista Nat King Cole, que fusionó el jazz más puro con los stardards, siendo lo más parecido a una estrella pop que se podía ser en los años cincuenta.

El tercero, y menos conocido, sería Johnny Hartman: el de la voz densa y oscura como el chocolate, el amigo de John Coltrane, el reivindicado por Clint Eastwood en Los puentes de Madison. Hartman publicó dos discos absolutamente geniales en el sello Impulse: I just dropped by to say hello y John Coltrane & Johnny Hartman, con el mítico saxofonista. Era a un tiempo cantante de canciones (como Cole) y un músico que utilizaba su voz como instrumento (como Hendricks).

No tuvo una carrera especialmente larga ni continuada, especialmente para lo que es el mundo del jazz vocal. Ni siquiera se puede decir que su técnica sea prodigiosa o alabar su versatilidad. Pero tiene algo que le emparenta con el Sinatra de In the wee small hours y Lonley the lonley o con esos cantantes de Soul (como James Carr) que transmiten sin necesidad de apabullar. A veces incluso le escucho y me imagino al hermano negro de Scott Walker. Pero sin empacho de arreglos ni pretensiones melodramáticas. Fue un gigante por un tiempo breve, pero la calidad de aquellos dos discos para Impulse es realmente imborrable.

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