Me doy mi primer madrugón vietnamita y bajo medio zombie a tomar un desayuno cuando (al segundo bocado) aparece antes de tiempo el tipo del mini-bus que me debe llevar a Bahía Halong y me chafa la fiesta.

Entre la gente con la que voy (estadounidense, indonesios y chinos, básicamente) está una española, que lleva varios días retrasando tanto el viaje de Halong como el de Sapa (localidad del norte de Vietnam en la que se hace montañísmo, llueve de lo lindo y viven varias etnias minoritarias). Hacemos la típica parada a medio camino en un lugar en el que se puede comprar comida, una vasija de 20 kilos de peso o un monedero de seda.

Al llegar a Halong hay un cierto caos en el puerto (somos como 20 excursiones simultaneamente, con sus guías tratando de conseguir los billetes y luego los barcos. Los que duermen en un barco o alguna isla tienen que dejar sus pasaportes a los funcionarios. Me separan de mi grupo (que va a estar dos días, mientras yo solo estaré uno) y me uno a otro formado por una pareja holandesa, cuatro estadounidenses, tres vietnamitas y unos diez chinos majísimos y que hablaban un inglés espectacular (incluso una señora de unos 60 años que estaba toda preocupada porque no me había gustado la cutre-comida que nos pusieron a mitad del viaje).

Quitando lo turístico que es todo el montaje (los barcos con proas de dragón, el hecho de que haya unos 30-40 barcos casi haciendo cola para pasar por ciertos islotes...), Halong es espectacular.

Hay cuatro cosas que me llamaron especialmente la atención:
- La Bahía en sí, con sus cientos y cientos de islotes. Navegar entre ellos es como si se hubiera producido una enorme inundación en el medio de una cordillera y navegaras por lo que antes eran sus valles.
- Descubrir que hay pueblos flotantes en los costados de las islas mayores. Son gente que vive en una especie de estación flotante y que vive de la fruta que vende a los barcos y del pescado y marisco que cría en una especie de piscifactoría en mar abierto.
- Las pequeñas grutas que se abren entre isla e isla, que permiten pasar con una barca pequená y dan la sensación de entrada a un paraíso.
- La gruta Hang Dau Go: una espectacular caverna en el interior de una de las islas con un techo que llega a tener 30 metros de altura. Es como si hubieran vaciado por completo la isla por dentro.

Nos cae un pequeño aguacero y nos damos la vuelta rápido (if heavy rain, we all die -Si llueve fuerte, nos morimos todos-, dijo el simpático guía para explicar la prisa en regresar). En el bus de vuelta los chinos estuvieron todo el rato haciendo chistes con la holandesa y yo caí presa de Morfeo. Me dejaron `tirado` cerca de la zona antigua y me tomé un caldo de fideos antes de volver al hotel.

(Día internacional sin podómetro)

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