Cogemos una especie de mini-bus (más bien una furgoneta con bancos como asiento y sin puerta trasera) que se llaman 'seelors' o 'song taos' y nos vamos a la entrada del Zoo de Chiang Mai, que funciona también como punto de partida para varias excursiones fuera de la ciudad.

Tras juntarnos con otra pareja (locales, ambos) y regatear con otros conductores de 'song taos' acabamos pactando un viaje en tres paradas: los poblados tribales de Doi Pui, el palacio Phuping y el templo Doi Suthep.

El camino, subiendo montañas, ya es precioso (y fresco). Doi Pui es más interesante por las vistas que por el pueblo en sí (un mercadillo con casas alrededor). Me tomo una especie de salchicha con fideos, arroz y carne dentro y compro una miel local, de abeja blanca, que está súper buena.
Panorámica desde Doi Pui
Phuping en uno de los palacios reales que hay en el país. No se pueden visitar los edificios en sí, pero los jardines son muy interesantes.

La última parada de la jornada es Doi Suthep y las 300 escaleras que lleva subir hacia el templo, al que además de turistas llegaban muchos locales, a modo de peregrinos.

De vuelta a la ciudad damos una vuelta por el gigantesco campus de la Universidad de Chiang Mai y tratamos infructuosamente (cada persona a la que preguntábamos daba unas indicaciones distintas) de llegar a un museo de edificaciones tradicionales de las tribus del norte.

En el hotel me llama la atención el uso que se hace en la TV local (sobre todo en programas para chavales) de la animación, a modo de efecto especial.

Cenamos en una de las muchas zonas de comida callejera que hay alrededor de la Ciudad Vieja. Aquí eran unos 15 puestos, que se encargaban platos de unos a otros. En un momento dado en varios de los puestos encienden la tele y todo el mundo se queda enganchado. Es el último episodio de un culebrón muy popular en el país y nadie quiere perdérselo.


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