Hanoi 3: De luz y de colooooooor

Después de desayunar en uno de los cafés parisinos de Hanoi me doy una vuelta por el centro de la ciudad. Vuelvo a la agencia oficial de Vietnam Airlines, donde siguen sin darme el número del ticket electrónico. Esta vez la chica se pasa media hora haciendo llamadas sin parar (cuánto pagarán de teléfono?) y me dice que por la tarde ya estará, que me vuelva a pasar a las cinco.

Respiro hondo, procuro no agobiarme y visito el mercado de la parte norte del barrio antiguo, Dong Xuan. Los alrededores ya están repletos de puestos de verduras, comida desecada, cacharros de cocina y ropa interior. Dentro hay un piso lleno de telas y pantalones (casi todos para chica) y en la planta de abajo un poco de todo. Visito luego el barrio francés, que tiene calles más amplias pero resulta algo más soso y descubro un centro comercial (muy baratos los portátiles, por cierto) en una esquina del lago Hoan Kiem.

Es el día en el que había reservado (en realidad para comer no hace falta, cuando está lleno es a la hora de cenar) en el restaurante de Bobby Chinn, un chef famosillo en la TV asiática que fusiona la comida local con la occidental. En realidad lo que veo y pruebo es comida occidental con un ligero toque oriental. He de decir que estaba muy bueno, pero ni especialmente original ni con una gran elaboración. Mi plato principal fue un salmón a la piedra con puré de patatas al wasabi, unas verduritas al vapor y una especie de caramelo líquido con gengibre. Y era uno de los tres platos caros y que la carta vendía como `signature dishes` (platos de firma).

Como una película
Luego me sucedió algo que aún no me acabo de creer. Salí de hacer una llamada internacional desde la oficina de correos (son más baratas) cuando tras cruzar uno de los pasos de cebra más peligrosos que he visto estos días en Hanoi me doy cuenta de que ya no llevo mi bolsa bandolera. De primeras no sé si me la he dejado en la oficina de correos (vuelvo y no está) o si me la habrán birlado cuando un chico se puso a hablar conmigo en medio del paso de cebra. Me vuelvo al hotel (que está del otro lado del lago) y me dicen que una denuncia en la policía solo me servirá a efectos del seguro de la cámara de fotos. Como ya tiene más de un año desisto.

Vuelvo a salir al lago y me dirijo hacia la zona antigua para reclamar mi billete electrónico cuando un hombre en moto se para frente a mí para darme mi bolsa. Me explica con signos que me la habían birlado un par de renacuajos mientras el otro chico me hablaba en el cruce y que había estado dando vueltas al lago para ver si me encontraba. Le doy las gracias con los ojos como platos y le pido que acepte una recompensa que el tipo rechaza. Vuelvo al hotel para contarlo y tampoco se lo creen.

Ya con mi bandolera bien cruzada (y agarrada con fuerza contra el cuerpo) y tras otros 15 minutos de llamadas (sigo sin saber qué pasaba) consigo mi billete electrónico. Para relajarme me doy otro masaje (las dependientas me toman por francés y se sorprenden cuando les digo que en España la gente no habla inglés con tanta naturalidad como el español.

Después tomo algo por la calle (que nadie me pregunte lo que era) y doy un paseo por un mercadillo nocturno en el que se compra ropa, todo tipo de chuminadas para customizar el móvil, adornos varios y peladores de verdura mágicos que tienen en vilo a las marujas del lugar.

Cierro el día con un coctail en el Minh Jazz Club (el club del músico de jazz más famoso del país, lleno de fotos suyas con músicos estadounidenses), donde un grupo local interpreta de forma más que correcta varios clásicos del be-bop.

19340 pasos recorridos.

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Hanoi 2

Después de un buen café y un croissant medio decente pillo un taxi para visitar el Museo Etnológico de Vietnam, que queda bastante lejos del centro. Me reafirmo en la locura con la que conducen, llegando a embotellarse en un cruce gente de todos los carriles. Mi taxista tuvo que sacar la mano dos veces para recolocar el retrovisor después de sendos golpes.

También es increible como conducen las chicas bajo la lluvia: algunas descalzas y otras con tacones.

Una vez en el sitio me quedé sin ver las recreaciones de casas que tienen en el patio exterior por culpa de la lluvia. Pero la verdad merece la pena ver el museo. Te cobran un extra (que es el doble del precio de la entrada) por hacer fotos. Realmente no vale la pena (la luz es bastante mala y nadie te pide el ticket cuando haces fotos para ver si lo has pagado). La tienda que hay a la salida tiene productos hechos a mano por los miembros de las distintas etnias (especialmente los de la zona de Sapa) a precios mucho más asequibles que los que se pueden encontrar en Hanoi.

Luego localicé la Cinemateca (donde están poniendo un ciclo de cine mexicano). Al salir de allí me fui a buscar una zona de restaurantes detrás de la Catedral (sí, sí, Catedral) de San José. Es gracioso ir por la calle e identificar los otros hoteles/hostales que había visto en internet y por los que no me había decidido.

Cuando llegué ni me trajeron carta ni nada. Se ve que es plato unico (se llama Cha Ca), así que me trajo un hornillo con una especie de wok, me acerco cuencos con los ingredientes (varias cosas verdes desconocidas, trozos de un pescado similar al mero, fideos de arroz, cacahuetes, unos brotes de a saber lo qué, chiles y salsa de pescado. Lo pones en el wok a tu gusto y te lo vas haciendo tú mismo. Cocina colaborativa. Estaba rico, pero creo que me cobraron doble por ser turista (es lo malo de comer en un sitio sin carta ni tablón con precios).

Alrededor de la Catedral es una de las zonas más agradables para pasear del centro, con varias tiendas de ropa, muchas cafeterías y galerias de arte (en realidad tiendas con cuadros, en las que se mezclan obras originales y copias de pinturas famosas).

Después toca el primer masaje de pies vietnamita. Aunque el tipo me pegaba puñetazos por todos los lados me ha parecido menos agresivo que el masaje tailandés, en el que te clavaban los dedos con saña. Me preguntó que de donde era. Cuano le dije que vivía en Madrid me saltó con lo de siempre: Real Madrid, Raúl González, La Liga. La verdad es que ven un porrón de fútbol europeo a través del satélite, especialmente la liga inglesa y española.

Es gracioso escribir desde los ordenadores del hotel. Ahora mismo los otros dos están ocupados por los que curran aqui: uno se esta descargando una pelicula y el otro jugando online a una de esas aventuras gráficas en las que vas con una pistola matando a gente y tienes la 'cámara' (o punto de vista) justo encima de la cabeza.

Después de descansar un rato voy hasta el teatro de marionetas de agua, un espectáculo típico y que consiste en un decorado/piscina en el que unos operarios escondidos tras unas cortinas y con el agua hasta la cintura accionan unos muñecos (seres humanos, animales y seres mitológicos) recreando escenas folclóricas vietnamitas.

Finalmente me tomo unos rollinos, un te y una especie de bruschetta vegetariana en un sitio llamado Puku al que hay que acceder a través de unas escaleras que están a mitad de un callejón que da a una calle +- principal que se llama Hang Trong. Un sitio con encanto y un balconcito que da a la calle.

Pasos recorridos 13896

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Hanoi: un mar de motocicletas

Adiós Bangkok. Pillo un taxi. De camino veo las obras faraónicas que están realizando para llevar hasta allí el Skytrain (queda a unos 40 km del centro).

Momento surrealista al entrar en el avión de Air Asia, cuando una arregladísima azafata nos recibe entre la bruma caliente de vapor de agua. Durante el viaje pusieron en marcha otras dos veces el vaporizador, que surge justo por encima de los compartimentos para el equipaje.

Si en Bangkok tuve buen tiempo, en Hanoi estaba nublado, con una ligera lluvia. En el aeropuerto me espera un hombre sonriente con mi nombre escrito en una cartulina. Me pide que espere. Resulta que en el coche (aunque van a otro hotel) también vienen tres chicas: dos de origen hindú y otra de origen asiático, aunque todas ellas son canadienses. Están recorriendo toda indochina en plan mochilero.

Mi hotel (que tiene como prometedor nombre Ritz) está en una callejuela detrás de otra callejuela que va a dar al lago Hoan Kiem, en el centro antiguo de la ciudad. Hay internet gratis, Wifi (en realidad en Hanoi hay wifi en casi todos los hoteles y cafeterías), los que te atienden son de lo más majo, es barato y la habitación es espaciosa y bonita (con aire acondicionado, TV por satélite y nevera). Obviamente debía tener algo malo. Ese algo se llama y es un pub/discoteca que se encuentra en el edificio de enfrente y hace retumbar los cimientos hasta las 12 de la noche (podía ser peor, aunque aquí amanece a las cinco).

Voy a dar una vuelta a la zona vieja y a buscar un mapa del centro. Ya me habían contado que el tráfico era imposible, pero no deja de ser llamativo enfrentarte a ello y cruzar entre coches, bicis y motos que te esquivan a la vez que se pitan como locos los unos a los otros. `Vaya, debe ser la hora de salir del trabajo`, pienso. Luego veo que no, que están así de primera a última hora de la manñana.

Por la calle todo el mundo te ofrece de todo (piña, rollitos, un viaje en moto, gorras, sellos...) y casi no hay acera por culpa de las motos aparcadas. Voy a una agencia oficial de la compañia aérea vietnamita a comprar el vuelo que me faltaba (de Hanoi a Singapur) y la amable señorita me da un recibo y me dice que vuelva en una hora. Como algo en un vegetariano modernillo y vuelvo (no me he perdido, buena señal. La chica me imprime un folio y me pide disculpas por no poder darme el localizador del billete. Por lo que le entiendo el hombre que la tenía que atender no ha cogido el teléfono en la central. Me pide los datos del correo electrónico para enviármelo al día siguiente.

Vuelvo dando un paseo por el lago y entro en un supermercado de dos pisos (uno de alimentación y otro de cacharros de cocina, productos de limpieza, librería y un pequeño parque infantil para dejar a los niños. Compro tres tonterías y me voy al hotel.
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Lujo asiático y fracaso estrepitoso

Empiezo el día con una buena ración de sopa de fideos. Si ellos lo toman de desayuno será por algo. Luego me acerco hasta la atracción turística que me queda más cerca del hotel: la casa de Jim Thompson. El tipo era un americano enamorado de Tailandia que relanzó la Ruta de la seda tras la segunda guerra mundial y compró casas por todo el país. Al final junto varias de ellas en Bangkok y se construyó una especie de casa occidental juntando con tejados varias tailandesas. Es una visita agradable y tranquila, pero tampoco mata.

Luego me fui al lujoso hotel Erawan para tomarme un te en su prestigioso salón. Muy bueno el te de hierba limonera (lemongrass) recién machacada y decente el scone con una miel china de frutos del bosque. Cruzo la calle por un paso elevado y entro en otro gigantesco centro comercial, en el que están celebrando un festival de cine. Veo que por media hora llego tarde a Vicky, Cristina, Barcelona. Tendría su gracia ver a Bardem y Pe subtitulados en tai.

Me voy al hotel, donde me recoge una furgoneta de la escuela de cocina Baipai, donde he contratado un curso de tarde. Me toca con una chica de Macao, un australiano y cinco yankies (dos chicos que hacen la vuelta al mundo para celebrar que se han graduado y casado y tres estudiantes de Marketing en Singapur que se han tomado una semana libre). Muy chisposas las profesoras y bien el sitio y el curso.

Una de las atracciones de Bangkok es ver el atardecer en uno de los bares que hay en las terrazas de sus rascacielos. Tengo el tiempo justo (vamos en furgoneta y el tráfico es imposible) y elijo uno de ellos (el Siroco). Al llegar resulta que a la muchacha de la entrada no le convence ni mi pantalón azul ni mis Adidas, así que me pone en la calle.

Lloro mis penas en el Spice Story del Siam Paragon tomando un helado de hibisco con jinjolero (jujube en inglés). Muy rico, también. Me doy un paseo para alcanzar la calle al otro lado del tercero de los centros comerciales Siam (todos conectados) y tras un cuarto de hora me doy cuenta de que estoy perdido. Mi instinto me lleva a bajar a la planta de entrada, pero no hay puertas a la calle. ¡¡¡¡Tengo que subir al tercer piso para poder acceder al paso elevado que conecta con el metro!!!!

Por suerte el paso elevado también da al nuevo centro cultural de la ciudad, el Centro de Arte y Cultura de Bangkok (BACC). Justo coincidió que lo estaban inaugurando, así que me uní a la fiesta (con globos, confetti y un falso Elvis que cantaba en la entrada). El sitio es espectacular: son nueve pisos (con una estructura final con una rampa circular que recorre tres pisos) llenos de videoinstalaciones, esculturas, gnomos de jardín agujereados y cualquier otra cosa. Compensando a los artistas locales (interesantes pero muy seguidistas de cualquier cosa que haya sido vanguardia en europa durante el siglo XX) mostraba también trabajos de Basquiat, Keith Haring, Yoshimoto Nara y una de las arañas gigantes de Louise Bourgeois.

Fueron 16359 pasos.

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Bangkok 2: Río arriba, río abajo

Enciendo la tele y me sorprende un programa de TV en plan Despierta, San Francisco. Me tomo de desayuno una sopa de arroz y pollo mientras leo un periódico económico en inglés que ha hecho una encuesta entre los CEO de las 15 principales empresas del país para ver qué se les ocurre para salir de la crisis política (ninguna de las propuestas tenía nada de original).

En el Skytrain me fijo en lo mestizos que son los rasgos de la mayoría de los tailandeses, muchas veces cercanos a los hindúes. En la última estación cojo el ferry express que conecta los distintos embarcaderos del río Chao Praya y subo hasta la Zona del Palacio real. Al salir me encuentro con decenas de puestos con cualquier tipo de alimento imaginable desecado.

Una mini-visita a la Universidad de la ciudad y entro en uno de los que se supone grandes atractivos de Bangkok: el binomio formado por el Palacio Real y el templo Wat Phra Kaew. Más interesante éste último, que alberga un famoso buda de jade (aunque lo publicitan como de esmeralda). Me llama la atención la cantidad de militares que están de visita, todos con un maletín de cuero en su mano.

Me vuelvo a subir en el ferry hasta el embarcadero 13 (Phra Arthit). Justo al bajar sigo por la derecha, sin salir del embarcadero, hasta llegar a un pequeño restaurante especializado en sopas Tom Yam (que deben ser servidas en un gran recipiente de piedra, entre un cuenco y un mortero, aunque te las puedes encontrar por ahí hasta dentro de un coco). Otra vez hacia abajo hasta Tha Tien, lugar desde el que llegar al templo What Pho, donde se encuentra el larguísimo Buda reclinado. El resto del recinto está compuesto por otros pequeños templos, varias escuelas para niños y una fantástica escuela de masajes en la que me pasé hora y cuarto siendo torturado por una diminuta muchacha que centraba todo su peso en los dos o tres dedos que me clavaba por todo el cuerpo. Una delicia.

Al salir de allí me equivoco de ferry y cruzo al otro lado del río. Una excusa perfecta para ver el tercer gran templo de las guías turísticas: Wat Arun. Más austero que los otros, su atractivo se centra en una especie de pirámide que se puede escalar (cuidado las personas con vértigo) a riesgo de quedarse sin aire. Las chicas que vayan con falda o tengan un mínimo escote deberán pagar un extra para que les presten algo con lo que cubrirse.

Llega el momento del lujo asiático. Me bajo en barco hasta la parada del Oriental, el mítico hotel frecuentado por Joseph Conrad y que pasa por ser uno de los mejores del mundo. Me cuelo con mis pintas en la terraza que da al río y me tomo un delicioso coctail de mango.

Luego vuelvo a Siam Square (cerquita de mi casa de huéspedes) y me quedo atolondrado con la unión de tres centros comerciales (puedes caminar de uno a otro por una pasarela) de 6-7 pisos, repletos de gente a todas horas, con un gran gimnasio que puedes observar desde un par de cafeterías y con una planta entera dedicada a restaurantes (desde el cutre hasta el lujoso), tiendas de comida, supermercado y zona de fruta fresca. Me puede una tienda de especias en la que pruebo un delicioso helado de hierba limonera.

De vuelta a mi habitación pongo la tele por satélite y veo unos segundos de Marcelino, pan y vino antes de caer redondo.

Hoy no me olvidé de encender el podómetro. En total fueron 21935 pasos

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Primer día de viaje en forma de breves

- El Charles De Gaulle sigue siendo un aeropuerto precioso. Eso sí, en las oficinas de cambio te timan cosa fina (el precio era mucho peor que el que me dieron en Bangkok)
- Un error de estrategia me dejó sin tomar un nuevo Magnum (el helado, no la botella) de chocolate y coco que han sacado en Francia
- Un viaje de doce horas es un viaje de doce horas, por mucho que la comida esté rica
- Las guias de viaje acertaron en un 100%: en el aeropuerto me asaltaron 15 tailandeses\as para que contratara una limusina, el tipo del taxi quería que le diera el documento con el que luego puedo quejarme si me cobra demasiado y tuve que pedirle que pusiera a funcionar el taxímetro.
- El mercado de Chatuchak (sólo fin de semana) de Bangkok es alucinante pero un poco mareante
- Bien por los masajes
- Tienen fotos de la familia real tailandesa por todas partes, incluso ocupando 30 o 40 ventanas de un edificio de oficinas
- Puedes comer una rica sopa en la calle por 30 Baths (0,6 euros)
- Si bien el tráfico rodado es una locura, viajar con el skytrain (un metro en superficie, como el Loop de Chicago pero a lo bestia) es una pasada

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Saturday Night Fiber

- Recinto (Auditorio Juan Carlos I, Madrid): regular tirando a bien. Demasiadas colas para la comida
- Localización: Se puede ir en metro, que es una ventaja, pero unas cuantas indicaciones no irían mal, que hay que atravesar varias carreteras para llegar a la estación.

- Rumble Strips: llegamos justo para ver la última canción. Unos tipos divertidos en un mal horario
- Babyshambles: bien, sin matar. Lo más atractivo es la presencia escénica de Doherty y las actitudes crápulas (se bebió una botella entera de tinto, fumó, casi se cae...) de su guitarrista. Lo malo es que no va sobrado de buenas canciones.
- Siouxsie: cómete esta, Madonna. La antigua líder de los Banshees (un año mayor) está tan en forma o más que la ambición rubia. La muchacha se estiró como si fuera una cabaretera. ¿La música? bien cuando tocaba éxitos antiguos, muy floja con los temas de su nuevo disco.
- Morrissey. Su banda se balanceaba entre lo efectista, lo efectivo y lo sublime ('How soon is now' y 'Death of a disco dancer'). Él hizo un poco el notas, intentó ser gracioso charlando entre canción y canción, se mostró como un animal de escenario y acabó ofreciendo un muy buen concierto.
- My Bloody Valentine. Vale que se nota que rasguea la guitarra, vale que no sabría decir si escuchaba sus voces o mi cerebro las añadía desde el disco duro, vale que si no te dejas llevar imagino que la sensación es que aquello era simple ruido (lo cuál no sería malo necesariamente). Pero allí en medio, plantado ante esa montaña de altavoces, acabé sintiendo (ojos cerrados durante los chorrocientos minutos de distorsión de 'you made me realize') un masaje que me recorría el cuerpo por dentro. Si hubiera durado otros chorrocientos minutos tampoco me hubiera quejado.
- Hot Chip. Tengo un problema con ellos. En disco me parecen inteligentes y atractivos. En directo (es la segunda vez que les veo) sosos, demasiado sintéticos, un poco repipis y (cuando se quieren poner 'salvajes') una versión pobre de !!! La gente bailó de lo lindo, eso sí.
- Mika. No puedo negar que el show es divertido y se te pasa en un tris, a base de un llamativo despliegue de puesta en escena en cada tema. Pero quitando dos o tres canciones que tienen un pase (y la versión de 'I just can't get enough'), aquello no tiene mucho dónde agarrarse. Entre Elton John y Xuxa, el anfetamínico británico tiene mucho de showman (lo imagino protagonizando un musical) pero aún le falta bastante como compositor.
- DJ Supermarket. Estaba demasiado cansado para quedarme. Otro día será.

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Adiós a Virxilio Viéitez

Se pasó la vida por las montañas de Galicia haciendo fotos para documentos y recuerdos familiares. A los 70 años, ya retirado, una exposición organizada por su hija Keta en 1997 le da a conocer, obteniendo reconocimientos en toda europa como retratista de los 60 en el mundo rural. Ayer falleció después de más de dos años gravemente enfermo.

Esta es una de sus mejores imágenes. Muestra a una mujer llena de felicidad con la radio que su hijo (emigrante en las Américas) le había enviado.



[Más fotos de Virxilio]

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Tema para una canción de Rubén Blades

El tipo entró en el vagón casi de casualidad, apurando el cierre de las puertas. Después de tambalearse unos segundos se apoyó en la barra y empezó a dejar las bolsas en uno de los asientos. Conforme iba sacando la ropa y poniendo cara de desagrado lo dejaba todo en el asiento contiguo.
- Vaya mierda de ropa, es todo del Springfield.

La cara de los otros pasajeros pretendía tranquilidad pero casi todos habíamos visto ya la navaja que llevaba en el bolsillo trasero.

El hombre volvió a recogerlo todo, se puso frente a la puerta y farfulló (mientras sacaba una pistola de juguete) - Menos mal que no se puso tonto. Que no me quiero ver otra vez en la cárcel, pero si hay que hacerlo, saco la pistola y... (sonido de arma espacial de juguete).

El metro paró y el tipo, dando tumbos, volvió a salir del vagón.

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