Shortcomings, de Adrian Tomine

No... ¡Me conviene! De hecho es perfecta... ¡Si voy a intentar ligar con una chica blancs por primera vez quizá esté bien que sea lesbiana! Quizá no le preocupe tanto... el tamaño.

'Shortcomings' (Mondadori 08) es la primera novela gráfica de Adrian Tomine, aunque recoge lo ya publicado en los nœmeros 9-11 de su revista Optic Nerve, donde suele publicar todos sus trabajos cortos (de una página, incluso).

La soledad, las miserias del amor y los problemas de comunicación siguen siendo los temas que mueven a un Tomine que, en esta ocasión, añade a la lista la cuestión racial, que había aparecido de forma diluida en alguno de sus historietas breves.

Donde no hay ninguna novedad es en el dibujo: otra vez un extraordinario blanco y negro (especialmente bello en las escenas de noche) cuyos primeros planos y sus detalles dicen más de sus personajes que un millón de diálogos. Y es que el guión es el punto más débil de 'Shortcomings'. En sus trabajos anteriores había largos diálogos (como en una película indie), pero la fuerza narrativa siempre la llevaba el dibujo. En este caso, tratándose de una historia más larga, ha tratado de explicar los cambios en su protagonista y los giros de la historia a través del texto y, en ocasiones, la sensación es que sobran cosas, además de lo duro que se hace soportar tantas páginas a un protagonista que no te cae bien pero que tampoco posee una entidad dramática que le haga atractivo.

Con todos los peros sigue siendo uno de los mejores comics publicados este año.

John Cleese: "Pensé que el Palin más gracioso era Michael"

El antiguo integrante de Monty Python dice eso de su ex compañero de grupo al dar su opinión sobre la candidata a la vicepresidencia de EEUU Sarah Palin. "No es lo suficientemente buena, y se trata de la sustituta de un candidato de 72 años que ya ha sufrido un cáncer. Monty Python podría haber escrito ese argumento", asegura en el vídeo el humorista, que también dice que Sarah Palin se limita en sus discursos a repetir lo que otros han dicho, sin aportar nada propio.



[Vía The Atlantic]

Las facultades de periodismo quieren programadores

Al menos eso es lo que pasa en Medill, la prestigiosa facultad de la Northwestern University (Chicago). Ofrecen becas para que los programadores/desarrolladores que lo deseen puedan cursar el Master de Periodismo. La idea es formarles durante un año y que utilicen su capacidad técnica para crear webs de información.

Tanto hablar de 2.0 y la verdad es que en los últimos años no se ha avanzado casi nada en la forma de presentar la información. Esta puede ser una buena forma de buscar otras soluciones.

[Visto en I've said too much]

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Comida china y vuelta a casa

Me levanto bastante más vivo que el día antes y tras un café y una charla sobre cualquier cosa Kevin me hace un auténico examen sobre la cena de la noche anterior en su restaurante: desde los platos hasta la sala, el papel de la carta o el tipo de cubiertos.

Me despido de él y quedo con Virginia para dar una vuelta cerca del barrio árabe, comer en un restaurante chino y visitar un mercadillo que resultó ser el de un centro comercial cercano (otra forma de comprar, supongo).

Vuelta al piso para preparar la maleta. Desde que pillo el taxi tardo 24 horas en llegar a Madrid. Primero llego a Bangkok entre relámpagos (espectacular) donde paso cuatro horas, luego otro avión hasta Amsterdam y luego el viaje a Barajas. Vuelta a casa entre el aire acondicionado y casi veinte grados menos de temperatura. Que la garganta me pille confesado.

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Singapur 2: cena en el Blu

Parece difícil, pero es posible. Pillar un constipado de campeonato en un sitio con una temperatura fija de 30 grados está dentro de mis posibilidades.

Un par de cafés (Nespresso, que también ha conquistado estas latitudes) me espabilan y voy con Virginia al Chinatown menos chino y mugriento que se pueda imaginar. Allí visitamos (cosas del mestizaje) un templo hindú en el que los cánticos de los fieles y la pinta de los oficiantes (semi-desnudos, pintarrajeados y poniendo cara de arrebatados) casi daban miedo. Luego visitamos un templo budista chino gigantesco, con un buda de ocho brazos (otra vez el mestizaje), ascensor y dos restaurantes.

Visitamos ahora la zona del río, llena de restaurantes y centros comerciales. Nos espera Damon (el otro chef canadiense) para comer algo y nos cuenta la cena-degustación que tomó el día anterior, compuesta de quince platos y quince cócteles para maridar.

Damon se marcha a descansar mientras nosotros vemos una curiosa zona compuesta por unas calles semi-cubiertas llenas de restaurantes y pubs que están muertas hasta las siete de la tarde. El siguiente paseo nos llevó al hotel Raffles, uno de los considerados como mejores del mundo y donde nos tomamos algo.

Blu Restaurante en el Shangri-la
Tras una breve visita al piso para ponernos decentes nos vamos al restaurante de Kevin (que trabajó en el Bulli, el restaurante de Arzak y La Broche con Arola) para probar una selección de su cocina creativa. La cena fue una maravilla: desde una perla llena de sabor a ostra a una mousse de foie gras, un salmón con romesco y humo, una versión del Schnitzel austriaco con una salsa de remolacha o un arbol del plástico (con maceta y todo) en el que la tierra eran trozos de chocolate negro con café, las hojas chocolate blanco y en las ramas colgaban una especie de algodón de azúcar con sabor a fresa silvestre.

Le esperamos a la salida para que él cene en un japonés súper curioso en el que el cliente elige la comida entre las verduras, carnes y pescados que están a la vista (como si fuera un mercado) y simplemente se le aplican unos minutos de cocción al vapor y luego una leve pasada por la brasa. Al final también llega Damon (que venía de un restaurante de fusión china), curiosea la forma en la que cocina y nos vamos todos a casa.

13254 pasos recorridos

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Singapur 1: paseo por Little India

Me marcho de Hanoi en otro día gris. Al llegar a Singapur todo está limpio y parece nuevo. Me quedo alucinado con un vídeo que ponen en el metro, en el que se ve a una señora avisando a través de un interfono a seguridad de que alguien había dejado una mochila sospechosa en uno de los vagones. El hombre de seguridad le pedía una descripción de la mochila y del chico que la había dejado, a los que localizan inmediatamente gracias a las cámaras de vídeo.

Singapur es una de las ciudades más seguras y limpias del mundo. Lo primero ya he comprobado por qué es. Lo segundo es por medidas tan radicales como poner una multa de 500 euros al que tire un chicle al suelo (obviamente ni los venden).

Me voy a casa de Virginia, que me espera en la salida del metro. Su chico, Kevin (canadiense), es chef en el hotel Shangri-la y en el piso también está estos días otro chef canadiense (Damon) que tiene el mismo puesto en el hotel de Kuala Lumpur y ha venido para repasar nuevos restaurantes de la que se denomina capital de la comida del sudeste asiático.

Doy una vuelta por Little India, donde me tomo un espectacular Briyani Chicken por tres euros. Están preparando la gran fiesta del Deepavali (o Festival de las luces) y todos los comercios están a rebosar.

Me vuelvo al piso y cenamos en otro hindú (aquí comí poco, pero también todo espectacular). Tenemos un rato de cháchara en el piso y nos reímos (sobre todo los dos canadienses) de los programas de cocina de un canal por satélite.

8956 pasos recoridos

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Hanoi 6: Café con vistas

Lo único realmente importante que me quedaba por ver en Hanoi (paso de ver a Ho Chi Min disecado) es el Templo de la Literatura: un lugar de oración que también sirvió de 'universidad' para los seguidores de Confucio en Vietnam. Es curioso porque siendo el templo más llamativo de Hanoi es cien veces más discreto y austero que los de Bangkok.

Me vuelvo hacia el centro siguiendo las vías del tren (que no debe pasar muy amenudo), donde puedo ver la vida más cotidiana (es la hora de comer aquí) de las familias, que cocinan fuera de casa, con un hornillo al borde de la vía y luego entran en casa para comer en el descansillo. Como en un sitio que se llama Cyclo Bar y utiliza antiguos Cyclos (una especie de bici-taxis) como mesas. La comida es vietnamita pero con un toque francés. Todo muy agradable. Luego me acerco al lago Hoan Kiem (al centro, vaya) y tengo que darle la razón al tipo de la guía cuando dice que el café Pho Co es un tesoro escondido de Hanoi. Está escondido en el interior de una galería de arte y tiene cuatro pisos. Los dos primeros interiores, mientras el tercero (más arreglado) y el cuarto tienen unas vistas preciosas (en el cuarto son espectaculares) sobre el lago.

Tras un descanso en el hotel me paso por el Museo de las mujeres vietnamitas (realmente está solo centrado en su contribución a la guerra contra EEUU) y curioseo en un par de librerías (tienen bastantes comics franceses, incluso de los últimos años).

Me tomo un batido de taro en otro bar a la orilla del agua y me quedo viendo la puesta de sol desde el templo que hay en el centro del lago. Doy el último paseo por la zona vieja y me vuelvo a subir al cuarto piso del Pho Co para ver las motos dando vueltas como libélulas al lago. Ya solo me queda hacer la maleta.

16548 pasos recorridos

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Hanoi 5: Baíha Halong

Me doy mi primer madrugón vietnamita y bajo medio zombie a tomar un desayuno cuando (al segundo bocado) aparece antes de tiempo el tipo del mini-bus que me debe llevar a Bahía Halong y me chafa la fiesta.

Entre la gente con la que voy (estadounidense, indonesios y chinos, básicamente) está una española, que lleva varios días retrasando tanto el viaje de Halong como el de Sapa (localidad del norte de Vietnam en la que se hace montañísmo, llueve de lo lindo y viven varias etnias minoritarias). Hacemos la típica parada a medio camino en un lugar en el que se puede comprar comida, una vasija de 20 kilos de peso o un monedero de seda.

Al llegar a Halong hay un cierto caos en el puerto (somos como 20 excursiones simultaneamente, con sus guías tratando de conseguir los billetes y luego los barcos. Los que duermen en un barco o alguna isla tienen que dejar sus pasaportes a los funcionarios. Me separan de mi grupo (que va a estar dos días, mientras yo solo estaré uno) y me uno a otro formado por una pareja holandesa, cuatro estadounidenses, tres vietnamitas y unos diez chinos majísimos y que hablaban un inglés espectacular (incluso una señora de unos 60 años que estaba toda preocupada porque no me había gustado la cutre-comida que nos pusieron a mitad del viaje).

Quitando lo turístico que es todo el montaje (los barcos con proas de dragón, el hecho de que haya unos 30-40 barcos casi haciendo cola para pasar por ciertos islotes...), Halong es espectacular.

Hay cuatro cosas que me llamaron especialmente la atención:
- La Bahía en sí, con sus cientos y cientos de islotes. Navegar entre ellos es como si se hubiera producido una enorme inundación en el medio de una cordillera y navegaras por lo que antes eran sus valles.
- Descubrir que hay pueblos flotantes en los costados de las islas mayores. Son gente que vive en una especie de estación flotante y que vive de la fruta que vende a los barcos y del pescado y marisco que cría en una especie de piscifactoría en mar abierto.
- Las pequeñas grutas que se abren entre isla e isla, que permiten pasar con una barca pequená y dan la sensación de entrada a un paraíso.
- La gruta Hang Dau Go: una espectacular caverna en el interior de una de las islas con un techo que llega a tener 30 metros de altura. Es como si hubieran vaciado por completo la isla por dentro.

Nos cae un pequeño aguacero y nos damos la vuelta rápido (if heavy rain, we all die -Si llueve fuerte, nos morimos todos-, dijo el simpático guía para explicar la prisa en regresar). En el bus de vuelta los chinos estuvieron todo el rato haciendo chistes con la holandesa y yo caí presa de Morfeo. Me dejaron `tirado` cerca de la zona antigua y me tomé un caldo de fideos antes de volver al hotel.

(Día internacional sin podómetro)

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Hanoi 4: Comida XXL

Después de una tremenda tormenta sale por fin el sol en Hanoi. En la recepción me dicen que al día siguiente tendremos sol, con lo que me apunto a un viaje a Bahía Halong. Lo malo es que como llevan varios días cancelando las visitas por la lluvia tienen tal demanda que tiene que ser un viaje de un día (lo normal es quedarse una noche a dormir en un barco o en una de las islas).

Anyway, me voy todo contento al centro comercial a comprar crema para el sol y un bañador. Para lo primero tengo que comprarme una que no es un bronceador, sino un blanqueador de factor 30. Para lo segundo tengo que aguantar las risas de la dependienta cuando le pregunto si me servirá un bañador de la talla L, tras lo que me pasa una XXL y me dice que tiene dudas de que me sirva. Un poco apretado, pero prueba superada.

Me voy dando un paseo a la escuela de cocina vietnamita en la que me van a dar una clase, Hidden Hanoi. Luego me entero de que también dan clases de vietnamita y de danza. Hay suerte y solo somos dos alumnos (la otra es una chica suiza que trabaja en la embajada de su país en Hanoi). Primero nos dan unas lecciones generales sobre la filosofía de la comida (que sea equilibrada, que siempre haya verdura y arroz...) y sobre todo lo que rodea a la cocina en Vietnam. Una vez preparados los platos comemos (nos ponemos las botas) con la profesora, que nos explica que allí (sobre todo en los pueblos) el saber cocinar bien es una condición inexcusable para poder casarse. La chica le tenía pánico a casarse con un vietnamita por la idea de ser juzgada una y otra vez por su futura suegra. Será por eso que sale con un estadounidense. Nos comentó que compartía piso con otras tres personas: un chino, una cubana y una coreana (supongo que del norte) que era la que le había enseñado a bailar danza del vientre (a su vez la coreana había aprendido de una turca).

Me vuelvo dando otro buen paseo y llego al lago que hay frente a mi hotel. Me tomo un helado de `com` (extracto de arroz joven) y voy al anochecer a la zona del precioso hotel Ópera antes de entrar en un bar, pedir un arroz vietnamita frito y que me pongan una especie de `arroz salto` del findus local. En fin.

20326 pasos recorridos.

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